lunes, 25 de junio de 2007

Eresma, sigue fluyendo

sé como el agua, my friend...




Hola, Eresma. Ando últimamente muy apartado de vosotras…tal vez lo sepas ya pero he decidido , no sin dolor, que mis fines de semana no pueden estar al servicio de los corredores por muy amigos que sean: y si no me dedico a formas alternativas de enriquecer mi tiempo libre, éste terminará empobreciéndome.

Supe lo del repentino y desgraciado mal que puso tu salud en jaque… y ahora sé que has dado un paso adelante muy importante saliendo victoriosa…

Y con todo ello, no pude evitar acordarme de aquella penúltima vez que nos vimos, en aquel junio de 2005, en la que os acompañé, a lomos de mi caballo de acero con pedales, en ese camino desde colmenar a tres cantos, en aquelos 100 km. en 24 horas…
… con miles palabras y risas, por entre esas choperas a la vera del arroyo, esa cañada bañada por las últimas luces del día.

Eresma: me acuerdo aún muchas veces, y me acordaré, de tu pundonor para seguir y llegar en solitario, con la compañera ya desafortunadamente retirada en el km. 86, con ese cansancio que nunca te echó para atrás y que sólo, ocasionalmente, te apartó alguna vez a un lado del camino para reponer fuerzas, para sacarlas de algún lugar de tu espíritu de luchadora, donde permanecían guardadas para llevarte al kilómetro cien y con ello a la alegría inmensa.

Los cien siguen adelante con el paso de los años y, dos años después, una nueva comitiva emprendió hace dos semanas la marcha por esas cañadas de la cuenca alta del manzanares… Unos que repiten, otros que toman el relevo…otros que vuelven…
… otros que vuelven…
… quien te escribe: este año, como esas tormentas estivales que apenas avisan, ha vuelto.

Ese sábado 9 tomé la salida. Ya lo ves… Ahora me tocaba a mí caminar en esos cien. Es sorprendente, lo sé, es casi un producto de una casualidad gestado en un tablero de billar.. Y por una serie de avatares, ha terminado en una carambola… Esta vez no iba a ser el pastorcillo: sólo iba a ver mis piernas tirando de mí… únicamente yo y mis pensamientos.

Y el último camino por recorrer este año, auque estaba programado para hacerse al revés… coincidió con ese tramo que pedaleé a vuestro lado, acompañando vuestro caminar, hace dos años.

Esperaba no desfallecer, eresma.: guardé fuerzas con inteligencia porque quería llegar hasta esa etapa final del camino,

Y cuando, después de una noche de perros llegué entero a ese momento del tramo final, el Arroyo de la Tejada, me acordé de esa tarde de hace dos años y, en honor a tu lucha, y premeditadamente, te lo quise dedicar.

Caminé firme y decidido, cruzando las corrientes de agua sin vacilar y siempre con la mente dispuesta a no desfallecer, del mismo modo que tú en aquellos cien, igual que tú siempre.

No pude dejar escapar ninguna lágrima al llegar a la meta, porque de hecho para mí esos cien no son el final de un camino. NI para mí… ni para ti hay final para ningún camino. todos los caminos siguen hacia delante, y además pasan por miles de sitios.

Va por ti, Eresma: Por tu lucha, y por tu fuerza, mi edición 2007- kilómetro 88 en adelante. Por que puedas saborear la vida muchos años.
Manuel

…¿La noche anterior? sí, había sido de perros, pero en mi recuerdo queda incluso el encanto de la fuerza de la naturaleza desatada, y el encanto de mi propia naturaleza, por no dejarme naufragar.

Edición 12+1 de los cien, 12+1 representaciones en el teatro

jueves, 7 de junio de 2007

Donde la corriente y el camino se abrazan.

Tanto la luz como su ausencia, pueden convertirlo en mágico...


Conocí el paraje en una noche, hace años… Éramos un pelotón de inexpertos soldados que apenas veíamos los mapas… no había luna. Y tuvimos que iluminar el camino con las halógenas… Imposible despistarse… en momentos en que nuestra mente trabaja tan intensamente para no perder la atención, el momento de la llegada a nuestro destino, parecía algo incierto… minutos... una hora... de vez en cuando pasábamos, sin dejar el camino, al lado de remansos donde el agua del arroyo se estancaba, y el croar de las ranas era el cántico de la naturaleza…A veces, en cambio, el murmullo del agua se hacía más cercano: su cauce se estrechaba de modo que fluía no tan lentamente, y de pronto, aparecía ante nuestros ojos: habíamos de cruzar: para ello se hallaban junto antes del pequeño salto de agua unos bodillos de granito… varias veces hubo que serpentear en esa danza junto al río durante unos pocos kilómetros, pasándolo por encima de las piedras… iluminábamos el “puente” para facilitar a los demás compañeros la maniobra.

Esa adrenalina que nos invadía al estar en plena acción nos hizo olvidar que eran cerca de la una; el cansancio en ningún momento se apoderaba de nosotros…

Siempre recordé aquel escenario nocturno. La oscuridad que despertaba nuestra curiosidad…Los chopos más negros que la misma noche, el arroyo y nuestro sendero a modo de sacacorchos, danzando ambos en un mismo baile. Encantada y encantadora, así me parecía la noche vivida en la vereda del arroyo y, encantado y encantador me pareció también cuando un día hace algunos años, a lomos de mi caballo de acero, pude presenciar allí de nuevo la danza de la naturaleza con otros colores distintos a los “tonos de negro” que había conocido… El juego de luces y sombras de la tarde estival… el agua cristalina danzando por entre los bordillos alineados para que los caminantes puedan cruzar de una orilla a otra del arroyo…y el verde de los chopos, un rincón semiescondido, encajonado entre lomas, desconocido…



Volví varias veces y, en todas ellas, sentía incluso antes de llegar un equilibrio interior en perfecta sintonía con el medio. Después dejaba que mis pies, mi vista y mis cinco sentidos, se fundieran también en esos abrazos entre la corriente y el sendero.




Y pienso volver pronto a ese mismo escenario, con la bienvenida del verano. Mi mente percibirá ese arroyo y esa chopera con esa singular impresión, como si fuera la primera vez, como sucedió con la segunda y como sucederá con la infinita.

miércoles, 6 de junio de 2007

La suerte de encontrarme con El lobo.

En espíritu le acompaña siempre un lobo… solitario o en manada.

Sucedió cuando me hallaba caminando por alguna vieja cañada histórica que surca los pequeños montes que anteceden a la gran mole granítica colorada.


Yo había subido esas cuestas hace mucho tiempo, muchos años, pero a caballo. El sol del la tarde de este junio recién estrenado, arrojaba su luz sobre la ladera…Yo trataba de recordar en qué punto aquel pedregal cambiaría de morfología para convertirse en una vereda descendente y… en ese momento, alcé la vista comprobando que no estaba solo: frente a mí, a unos decenas de metros, aparecía un caminante, de pelo y barba blanca; unas oscuras gafas protegían sus ojos, y un sombrero de paja de ala redonda su cabeza. Parecía ir algo cargado… perparé el saludo para ese momento siempre lleno de encanto en el caminar de un tragakilómetros cualquiera: el momento del cruce de sentidos de la marcha. Un encanto más acentuado si cabe por lo pintoresco del personaje que en aquel momento descendía por mi camino ascendente.
- ¿debería saludarle en inglés…-pensé- éste hombrecillo debe ser "guiri", seguro. No en vano; el aspecto del caminante que me crucé parecía el de un pintoresco anglosajón gustoso del sol mediterráneo que baña las montañas en los albores del verano peninsular.
Antes de llegar a alzar de nuevo la mirada ante su proximidad, oí al “guiri”cómo se me adelantaba en el saludo pero además, de una forma inesperada, “absolutely”:

- ¡¡¡¡ Manueeeeeeeel…!!!! – gritó.

Mi primera reacción fue quedarme a cuadros, a lienzos, y a tapices barrocos. Ese desconocido me había reconocido…
.
Comprendiendo él que tras sus gafas y su blanca y abundante barba tal vez iba a serme difícil reconocerle yo aél, el caminante aún misterioso para mí se despojó de sus gafas y mostró mejor su rostro: una mirada profunda, llena de bondad; unos ojos característicos, pequeños y cercanos entre sí… No tardé en reconocer esa figura, ese semblante algo discreto bajo la sombra del ala del sombrero de paja de ala redonda que cubría su cabeza: era Manuel, el integrante de los garabitas: era El lobo.

Mi asombro era lógico por la casualidad del encuentro. Miles de veces he pensado la cantidad de veces que a decenas de metros habrá podido pasar, en algún lugar de la ancha castilla, o de las largas cordilleras que la surcan, a alguien a quien podría haber reconocido.

El aspecto o look de mi viejo amigo Manuel ha sido muy variopinto en los cuatro años desde que le conozco, en aquella marcha de los 100 km. de Madrid de junio de 2003, cuando decidió unirse a mi grupo.

Le pregunté si estaba –casualmente- preparando los cien de este año.

- No, me voy a Finisterre –respondió-
- ¡¡¡Y será verdad…!!!!
- sí… a Finiesterre voy.
- Bueno, pero…¿y la concha?

Se volvió y me mostró la vieira, colgando del macuto, en la que se podía ver grabada en rojo, la cruz de Santiago.

Un poco afortunado en palabras párroco en el pueblo anterior le había negado cobijo nocturno, y Manuel se encaminaba al pueblo siguiente.
Supe también de su jubilación: pensó que había llegado el momento de emprender un largo camino, aprovechando que en ese momento de su vida tenía el tiempo en sus manos… Manuel, El lobo, para mí, desde siempre ha sido grande, más grande de corazón que las sandías que gusta de compartir con los corredores de San Lorenzo en Lavapiés… pero en aquel momento, en el primer sábado de este junio, pude ver como Manuel desplegaba sus alas como un lepidóptero, para engrandecerse más todavía.

La recia peña del Yelmo, que corona la Pedriza Anterior, fue el lejano fondo escogido para nuestra obligada foto… El amigo Juan Julián va a ser el mensajero de sus andanzas, el moderno heraldo de sus misivas vía sms, ese pergamino virtual aliado del peregrino moderno. Su diario quedará plasmado en el foro de los garabitas, en miarroba, “un garabita en el camino”


Junio de 2003.. Manuel y Manuel: El Lobo y el Grey...dorsales 91.. y 191... parecía algo más que una simple casualidad ¿no?
Ese camino ascendente que tomé se bifurca en un punto, para volver a juntarse a los pocos centenares de metros… si hubiera escogido ir por la ascensión fácil… nunca me hubiera encontrado con El lobo, con manuel, también Manuel, en esa su primera jornada de travesía.


Bendecida sea mi suerte por cruzarme con El lobo en los caminos del monte.