jueves, 19 de julio de 2007

La increíble percepción de un sonido mágico





Es la más pequeña de mis amigos… tiene dieciséis meses y se llama lara…a veces me mira extrañada pero en cambio, otras veces, me sonríe confiada. Quizás es una de tantas y tantas criaturas maravillosas que empiezan a abrir los ojos ante el mundo (y qué ojos, madre…). Pero tengo motivos para pensar que tiene en su todavía corta vida muchos, muchos detalles que la convierten en mágica… sencillamente especial.

Hay una cosa que le llama la atención a su abuela (de Lara): y es que Lara a menudo entona perfectamente la popular melodía de la célebre canción de las “campanitas del lugar”. ¡qué lista, que bién lo hace!

Cuando noemí, su mamá, estaba de dos meses, yo la llevé a una taberna irlandesa. En aquel rústico lugar unos músicos suelen juntarse para tocar, improvisando jam sessions de música celta... uno de ellos, Pedro, amigo mío, toca el violín en esas sesiones.

Pedro, en un corner de la taberna, dedicó un buen rato a enseñar a noemí a tocar una sencilla canción infantil con el violín, mientras yo ligaba con la camarera. Cuando al cabo de un rato noemí y pedro volvieron a la barra, y noemí empuñando el arco se colocó el violín en decúbito escapular se hizo un silencio en la sala: acto seguido la futura mamá interpretó perfectamente la melodía, esos primeros acordes de la canción “campanitas del lugar”

http://moviles.interbusca.com/politonos/navide%F1as/campanitas-de-lugar_82240.html



Todo esto que aconteció, salvo lo de la camarera, se lo conté ayer a la abuela de lara:
“Eli: tu nieta, cuando era un fetillo de dos meses ya estuvo oyendo a tu hija tocando esa canción con el violín en una taberna irlandesa…”

El violín tiene una frecuencia que provoca resonancias curiosas en los auditorios… provoca una reacción neuro-auditiva única en la corteza cerebral de los humanos… de un modo único sus ondas sonoras ascienden por los vasos liberianos de las plantas y activan su fotosíntesis. Llega al corazón de las estrellas de mar… y a los oídos de un feto, aunque no estén desarrollados…

La pequeña que iba a nacer en unos meses oyó a su madre tocar el violín: fue la esa canción lo primero que llegó clara y nítidamente a su cerebro, y se le grabó en su corazoncito. Y ahora que lleva tiempo desarrollando ya sus sentidos, Lara misma se encarga de, espontáneamente, convertir ese recuerdo en melodía, en su forma más natural. Lara, (siete+dieciséis=) veintitrés meses después, está respondiendo a la llamada de su mamá, para hacerla saber que, desde siempre, está dispuesta a aprender de toda su dulzura.