jueves, 3 de mayo de 2007

Entre dos estaciones de vuelta hacia el otoño.


Son las mismas estaciones pero, hace dos semanas, daba la impresión de tratarse de un puente entre la primavera y el verano. Pero últimamente el camino de las estaciones se ha vuelto demasiado serpenteante… vuelvo a abrigarme; vuelvo a equivocarme al haber pensado, tal vez con exceso de confianza, que me había hecho amigo del sol, y ahora en cambio me encuentro, jornada tras jornada, pactando una tregua con la diosa de las nubes o sometiéndome a su férrea voluntad; o tal vez -quién sabe-… a su castigo por ser yo a veces tan “bocazas” por naturaleza.



No obstante, cuando el cielo juega a exhibir sus 256 tonos de grises, la impresora de la faz de la tierra suele dejar lucir por sorpresa sus dieciséis millones de verdes colores. Y con esta máxima como aliciente, esta tarde me he calzado las “montrail” y he desdoblado la capa de agua, he cargado pilas nuevas en el frontal –que no iba a necesitar en principio, pero nunca se sabe; “hombre precavido, sin frontal queda vendido“- y me he dirigido de nuevo a la tierra del tránsito entre las estaciones para contemplar los colores de la lluvia sobre la faz de la tierra.

Las cigüeñas, una detrás de otra, parecían jugar a la práctica del parapente desde arriba hacia el llano, perdiéndose en la lejanía… los caminos a veces eran de auténtico chapapote de yeso en el que se hacía algo difícil pisar con firmeza y sin resbalar… algunos regueros de agua corrían serpenteando de lado a lado del sendero… las margaritas y la amapolas ensayaban la danza del mes florido luciendo ya sus mejores galas y trajes multicolor de chulapas de verbena…

Desde la misma atalaya geodésica, el panorama bajo la lluvia es bien distinto al del reinado del sol: las atrevidas rocas que en la lejanía se asoman al vacío arrojan otras sombras y colores, distintos ellos… incluso a veces una caprichosa niebla desciende para envolverlas en su seno, dejando ver, unos perfiles oscuros, mágicos, contraluces, verdes difuminados…

Esta vez fui más lejos: caminé entre pinos y llegué hasta la ermita, desde la cual saludé al parsimonioso río y… volviendo por cotas más bajas contemplé el otro color desconocido de las lagunas: el color de la tarde que, bajo la ausencia del sol, no era sino el blanco del cielo reflejado sobre sus aguas…

Vi la verja del recinto abierta de par en par… no pude evitar la tentación de perder unos minutos dejándome envolver por su para mí desconocido interior… me pareció un sueño el mirar el reloj y ver cómo, al igual que en muchos sueños, iba a anochecer sin que pudiera decir a nadie que aún tenía un largo camino para volver a casa.

Caminar por el resbaladizo y estrecho sendero que se alza sobre las aguas del río, hoy teñidas de fina arcilla, no dejaba de entrañar cierto peligro; además, por el cansancio ya acumulado tras tres horas y media de caminata, opté por no arriesgar lo más mínimo y subí para, en cambio, contemplar una fila de enormes formas sobre la faz la tierra, cubiertas de verde y de nubes, antes de iniciar el definitivo camino de regreso. Quise estar acompañado por todas esas almas aventureras que conozco en esos momentos. La noche iba a caer en menos de una hora, y la lluvia empezó a arreciar así que me coloqué la capucha y me apresuré… cuando volví a la cota geodésica, una gran porción del cielo sobre mi cabeza, casi de repente se tornó azul, mientras al mirar hacia levante podía contemplar, bajo nubes oscuras, visibles mantas de agua aún cayendo sobre los llanos de la lejanía… Hacia poniente, en cambio, unos rayos de sol que jugaban entre nubes de algodón, altísimas, majestuosas, lejanas… No sé si era señal de algo… ¿era tal vez una evidente fuerza sobrenatural, una divinidad, manifestándose? ¿Era una invitación hacia un remanso de paz en mi espíritu…?

Cogí unas ramas de tomillo que estaban a un lado del camino para obsequiárselas a mi madre y las coloqué envueltas en la gorra que me había estado protegiendo de las aguas de la lluvia… desde hacía un rato las luces artificiales ya se iluminaban en las moradas o en los nichos de la tecnología humana, algunas de ellas se miraban en el espejo de las aguas… cuando llegué al aparcamiento allí estaba mi viejo kadett rojo, solitario, paciente… las aguas también habían venido a visitarle en mi ausencia; han sido casi cinco horas…

Será estupendo que pudiera sobreponerme, con el tiempo, a estos ligeros dolores de pies que tan salvaje caminata deja como testimonio inevitable. De ese modo estaré dispuesto a pactar con el frío, el calor, y más aún… con la tierra, el aire, el viento y el fuego…


2 comentarios:

Syl dijo...

¿sin frontal queda vendido????...tendré que decírselo al Krisma entonces, que seguro que se le olvida para el momento más necesario...aunque ése...vendido está siempre, siendo del equipo que es.

Vaya bonito regalo para tu mami!!...y ¿romero no hay por allí???...mira que es importante cogerlo, que según dice el refrán (y no es coña)...
"el que va a la montaña y no coge romero, no tiene amor verdadero".

Yo también cogí muchas hierbas en mi caminata del lunes, que después dieron ese sabor tan especial a mis lentejas vegetarianas.

Bonita excursión...estás ya pa venirte con nosotros a hacer los 100.

Besitos.

Manuel dijo...

Ah, pero… ¿es que me habéis apuntado a los 100 sin que yo me haya enterao?
¿Es que me liásteis en la juerga del 5 de mayo bajo los efectos del jarabe de cebada? (imposible… no se ha celebrado todavía).

Syl… No me extraña que las lentejas te quiten el sentío, y a tus papilas les pase eso que dices que les pasa… con ese ingrediente mágico que tú tienes para todo. Ojalá conocieras algún día el recorrido de ayer: ibas a estar en tu salsa ente flores, margaritas… y seguro que te llevarías una saca de especias para las lentejas.

El krismi si que lo tiene a webo y podría venirse algún día.

“¿Y si no crece romero en la montaña?... pues me invento el amor, que pa inventar tengo maña.”