Heme aquí en algún lugar de los campos de Teruel; ya es tiempo pasado este primer día de diciembre del año dos mil siete...
No sé cuándo verán la luz estas palabras, porque el tiempo es como la boca de un embudo, tan estrecho que resulta imposible que todo el elixir de la vida fluya hacia el interior de la botella en el momento en que se vierte. En cualquier caso, la luz que alumbrará estas palabras será como siempre, tan tenue como la luz de las velas que decoran este escenario.
Esas dos pequeñas luces, hace unas horas, no eran apenas nada… sólo alguien de vez en cuando se acordaba de sus llamas para quemar unas hojas secas… y aspirar su aroma.
Eran las que menos ruido hacían, las que menos luz daban,… las pantallas del karaoke, del portátil, las lámparas colgantes de la rústica habitación, los fotoflashes de las cámaras digitales… todo lo demás imponía su luz sobre las pequeñas velas y ahora, al final, se han quedado ellas solas, reinando en la oscuridad y en el silencio de la estancia. En mis oídos, en cambio, no hay tal silencio.
Una vez del todo convencido de que Teruel existe, trato de repasar cuántas otras cosas he creído ver pero sin quedar convencido del todo acerca de si existieron de verdad…
Es curioso… en la mayoría de los artículos vertidos este año en el embudo conseguí, sin proponérmelo, que el teatro llegara a ser una especie de reality show…
No conseguí resucitar a la diosa minerva y que descendiera de la divinidad para que dejase plasmadas sus palabras; hubiera sido demasiado pretencioso hacer hablar a una diosa en el mundo terrenal. En cambio, conseguí que a falta de viejas flores, nacieran enormes margaritas en la primavera, al poco de marcharse mi sombra. Conseguí que el violinista de las campanitas del lugar entrara en el teatro para autosorprenderse de su propia magia. Conseguí que apareciera a la luz el rostro del mismísimo hermano lobo mientras danzaba por los montes en busca de nuevos caminos.
El espacio de esta estancia, a la luz de las velas, parece como si se hubiera empequeñecido y engrandecido al mismo tiempo…el teatro sigue siendo pequeño, apartado del bullicio, como aquellos rincones repletos de encanto, desconocidos, inmersos en el viejo casco de las ciudades históricas… Hacía tanto que no cambiaba el chip en tan pocas horas para transportarme en el espacio y el tiempo.
En esta madrugada pienso que quedan un montón de cosas aún por repasar pero… al final, lo que reina es la sensación de que todas las flores son del mismo color, que únicamente dejan fluir su aroma hacia ti cuando diriges tu mirada hacia el espejo… que todos los caminos llevan sólo a uno de los 4 puntos cardinales, y que todas las luces no brillan más que la llama de dos sencillas velas... y ya poco antes del alba, me dispongo a apagar cada llama de esas dos velas; son las seis…
…
Pasa el tiempo y se aproxima el final de año. El sol, cuando se asoma, lo hace tan sólo durante unas pocas horas… Las luces, guardan el mismo espíritu; lo mismo da que sea una llama, que un conglomerado de luces eléctricas multicolor… el espíritu que las acompaña sigue manteniéndose.